Hay algo en el universo que nos hace volver a encontrarnos, una y otra vez, en un espacio y un tiempo nuevos. Esta es una premisa que escribí algún tiempo atrás, y que se hace presente cada vez con mayor asiduidad en los tiempos que corren. Mucho se la ha relacionado con la reencarnación de las almas, con la creencia de que ya hemos transitado otras vidas y que otras más nos esperan por vivir.
Nada de esto puede comprobarse científicamente. Lo cierto es que cada vez son más los casos en que las personas comienzan a vincularse por mera casualidad, por ser invitados a un mismo lugar, por tener un amigo en común o simplemente por cruzarse sin querer en sus quehaceres cotidianos. En estos episodios de choque que pueden durar breves segundos, creemos reconocer esa mirada, esa sensación de que ya vivimos aquello con anterioridad. Por supuesto trataremos de justificar lo injustificable, aquel acto irreprimible de contacto visual y verbal con un otro que desconocemos, pero que así y todo creemos conocer. Inventaremos historias, intercambiaremos fechas y sitios en los que posiblemente podríamos habernos visto en el pasado. De todas maneras, nada de esto nos conducirá a la verdad.
Lo más cercano a lo que puede estar ocurriendo aquí, es que de alguna manera, en algún otro tiempo y espacio, en otra vida si se quiere, estas dos personas ya compartieron sus realidades. Y este encuentro azaroso que han tenido, este cruce de miradas que los desconcierta, no es más que una jugada del destino para que vuelvan a unir sus mundos, en esta oportunidad, en una nueva forma de vida terrenal. ¿Para qué? Lo descubrirán más adelante si se prestan al juego. Aunque de no hacerlo, tendrán altas probabilidades de seguir reencontrándose, otra y otra vez.
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