jueves, 9 de octubre de 2014

Nombres de perros

Domingo por la mañana, vamos a la plaza de nuestro barrio y nos disponemos a escuchar el silencio reinante característico de los días no laborables. Avanza lentamente el día y acompañado de un creciente repiquetear de uñas comienzan a aparecer repetidamente a nuestros oídos: ¡Nina! ¡Felipe! ¡Pancho! ¡Rulo!… Ahí están ellos, los dueños, en un incesante grito de llamado a sus mascotas que nunca vendrán, que nunca les harán caso, que insisten en gozar de un preciado momento de libertad, corriendo y revolcándose en el pasto fresco y mojado por el rocío.

Y así llega otro vecino, y otro y otro más, quienes se sumarán al colectivo llamado de restricción, de prohibición, de recato, de quietud, de represión, de deber, de intolerancia… Pero ¿a quién llaman en verdad? ¿No será tal vez una re-presentación de aquel grito que sienten retumbar en sus propios oídos día a día en sus trabajos, en sus viajes, en sus obligaciones, en las disposiciones que les genera la gran ciudad? ¿Será la fiel reconstrucción de esa orden, de ese mandato, de esa línea vertical que los atraviesa en cada despertar y hasta que sus ojos se cierran en la noche, y de la cual se sienten tan parte que ni osan escapar?

El collar está colocado, justo allí en donde una simpática cadena espera ser puesta para retener de un momento a otro a ese tosco animal, a ese ser a quien hasta ahora no deja de declamar su nombre aquel hombre o mujer que lo llevara, casi por inercia también como a sí mismo, a respirar un poco de sol.

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