sábado, 25 de octubre de 2014

Ascensor

Timbre. Algo llega para mí. Tras diez minutos y algunos infructuosos llamados que se escuchan desde las alturas, llega al piso catorce el nunca bien ponderado ascensor. Completo -dice una voz no muy amable que viene del interior-. Cierro la puerta y entiendo que debo esperar el arribo de otro ejemplar.

Cuando al fin esto ocurre y logro abrir ambas puertas, otra voz, no mucho más simpática que la anterior, me pregunta: ¿Baja? Y por gentileza respondo que sí, aunque todos sabemos en este edificio que mi piso es el último. El obsoleto calabozo comienza a descender a paso lento. Para en el diez. Nadie abre. Pero justo cuando está por arrancar, cruje la puerta de madera cual si fuera arrancada de su emplazamiento y un niño se ocupa de abrir la segunda puerta plegadiza. Se oye un carrito que viene rodando por el pasillo del diez y llega. Efectivamente, madre e hijos, de los cuales uno en carro, se suman a los pasajeros de este viaje. Por cierto, el humor de la madre no es por demás armonioso.

Para en el ocho. Un pelado, con su perro a cuestas que no deja de moverse, ingresa al descenso, sabiendo que han superado el límite de capacidad, pero que, claro… “somos todos flacos”.

Piso quinto y primero, sí, leyeron bien, ¡Primero! En ambos casos se detiene el ascensor y hay que informar que va, por demás, completo.

Planta Baja. Se abren las puertas y una manada de gente, cual paparazzis, intenta subir a esa cosa antes de dejarnos salir. Hasta que por fin logramos ganar la batalla y estamos de una vez en tierra firme, el animal, su dueño calvo, el carrito bebé incluido, su alegre madre, su hermano, la vecina que me preguntó si bajaba y, finalmente, yo.

Yo, que sólo bajaba a recibir un pedido y ya tengo que emprender la subida en menos de un minuto. Mientras espero que el próximo vehículo me venga a buscar, por supuesto se va llenando la sala de espera. Y, para cuando logramos entrar los cuatro pasajeros permitidos, he quedado al fondo del asunto para emprender el ascenso.

Piso primero, sí, primero. Baja uno. Piso seis… baja otro. Y ahora, somos sólo una señora y yo. Piso nueve. Se detiene. Abre puerta plegadiza. Abre puerta de madera. Sale señora. Cierra puerta de madera. Pausa. Relean. ¿Están viendo lo mismo que yo? ¿No dan las cuentas? Recalculemos. Abre puerta uno. Abre puerta dos. Sale señora y cierra puerta ¡dos! Creo que no hay mucho que explicar. La señora viviría en carpa o supondría que el último pasajero debería ser el portero de cada persona que abandona el transporte.

Me dispongo a cerrar puerta uno y terminar de una vez por todas mi recorrido. Entro a mi departamento y a las claras, sin lugar a dudas… ¡Timbre!

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