lunes, 10 de agosto de 2009

Otro café...

Froilán se ha puesto a preparar otro café. Ha calculado el agua, ha puesto la medida justa de granos en el receptáculo de su cafetera. Con disimulado esfuerzo ha encendido el fuego, y ha colocado el metal sobre él. Con el correr del tiempo las burbujas del agua sugieren un inminente hervor. Por lo que Froilán debió retirarla y comenzar de nuevo el procedimiento.

Una segunda vez, Froilán supera el incidente primitivo. Logra un producido en su punto exacto. Coloca entonces un pocillo con forma de jarrito sobre un plato, y sirve allí café. Busca azúcar, y al no encontrar resuelve terminar amargo su café. Lo lleva a la mesa. Se sienta para disfrutar la humeante y deliciosa infusión pero algo se le ha olvidado. Recuerda que tiene un especiero con canela en su alacena, entonces va por él. Revuelve frasco por frasco sin poder hallarlo. Abre uno por uno, hasta que en uno de ellos encuentra azúcar, pero ya no la quiere, desea encontrar canela. Continua buscando hasta que por fin la encuentra.

Vuelve a la mesa, espolvorea un poco de canela sobre el café y bebe el primer sorbo. Su café está frío. Siente que podría estar mucho mejor si lo calienta nuevamente. Entonces lleva el café a la cocina y lo coloca en un calentador a microondas. Cuando lo retira, toma la taza y siente que está demasiado caliente como para llevarla con las manos. Entonces lo deja reposar unos minutos, mientras se prepara unas tostadas sobre el fuego.

Toma ahora sí el café y lo lleva a la mesa, pero cuando está por dar el primer sorbo siente un creciente aroma a pan quemado y recuerda que ha olvidado las tostadas sobre el fuego. Entonces va rápidamente a la cocina y efectivamente descubre que el pan está carbonizado. Intenta rescatar algo, pero es en vano. Tira el pan al cesto de basura y vuelve a su silla. Cansado y malhumorado por tantos contratiempos tropieza con la mesa al sentarse, provocando que parte del café se derrame sobre el plato.

Va entonces a buscar un paño para limpiar. Al regresar, y tomar la taza con las manos húmedas, se le resbala de las mismas cayendo en seco sobre el suelo y partiéndose en mil pedazos.

Froilán queda mirando al vacío, mientras el café se esparce como un manto negro sobre la alfombra.