Silencio. Verdadero silencio. Oídos que van acostumbrándose a la ausencia de innecesarios ruidos. Un aquietado lago, manto de plata que rodea la casa, más conocido como Aluminé, es quien une cada isla a mi alrededor. Un sol que quiere decirnos algo, después de la lluvia matinal, y después de haber estado en lo alto y en pleno fulgor durante días, se refleja como cristales en las aguas que pasan. Pájaros, conejos, los perros de la casa, son parte de la alegría de este lugar al que llamamos Villa Pehuenia, un sitio de ensueño, lleno de magia, paz y felicidad. Sensación de aplomo, de que uno es uno con el lugar, de que el verdadero ser aflora y se explaya auténtico, se encuentra consigo mismo, sin ficciones, sin engaños, sin ataduras, libre de toda rutina.
No tengo cómo describir de mejor manera este rincón en el mundo, que me recibe y aporta energías cada vez que lo visito. Me purifica, aquieta y renueva mi mente. Me permite descansar los cinco sentidos, me recuerda lo que era la lectura, la escritura, la contemplación, la distancia, el silencio, los latidos, la verdad, la conexión con uno mismo, el ser.
Mi existencia es aquí y ahora, Villa Pehuenia, en este domingo que soy, siento y existo.
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