Sembraste una semilla y ha brotado una planta.
La regaste, y la planta ha crecido.
La protegiste de todos los males, y el tiempo ha dado paso a un pequeño árbol.
El árbol creció, creció y siguió creciendo. Echó raíces, frondosas hojas, y esperaste ansioso los frutos que tanto soñaste.
Los años pasaron, y al ver que tu árbol no daba frutos, le preguntaste intrigado: "¿por qué?"
Y el árbol dijo:
"Me has dado la vida, me has protegido y has visto mi crecimiento.
Si te diera frutos, apuesto a que no estarías del todo conforme con su sabor,
los preferías más dulces, o más jugosos, o más consistentes o en más cantidad.
Por lo tanto, si quieres frutos de tal o cual forma, planta otro árbol y aguarda su decisión. O mejor aún, goza de la frescura de tus propios frutos".