Algo lo hizo cambiar de parecer. Cuando la bata envolvía su cuerpo mojado tendido en el sofá, y un puf sostenía sus cansados pies, Froilán decidió levantarse. Sin pensarlo más se vistió con lo primero que encontró a su alcance, un pantalón negro y una remera a rayas, se echó perfume y salió. Desde ese instante hasta que regresó dos horas más tarde, la casa padeció el más angustioso aburrimiento. Reiteradas veces sonó el teléfono sin que nadie lo atienda, las ventanas temblaron contra los marcos a causa del viento nocturno, y hasta el ventilador de algún artefacto eléctrico gastaba sus energías intentando reducir el calor agobiante. Eso sí, no volaba ni una mosca.
Llegado el momento, la puerta se abrió. Froilán había vuelto.